Amarse para poder amar: el primer paso hacia el empoderamiento
Durante años se nos ha enseñado que el amor propio es casi un lujo. Que primero hay que dar a los demás, demostrar que somos “dignas”, cuidar de la pareja, de los hijos, del trabajo… y ya después, si queda tiempo, pensar un poco en nosotras. ¿Te suena? Si has pasado los 40, apostaría a que sí. Y también sabrás que ese modelo se agota. Que llega un momento en el que el cuerpo, la mente –y sobre todo el alma– dicen: basta. Y entonces empieza otra historia.
Una historia distinta, en la que nos miramos al espejo sin juicio, empezamos a preguntarnos qué queremos de verdad, qué nos hace bien, y quiénes somos cuando no estamos complaciendo a nadie. Ese momento, queridas, es una revolución. Y se llama amor propio.
Qué es el amor propio (y qué no es)
El amor propio no es creerse perfecta. Tampoco es ponerse egoísta ni andar por la vida con actitud de “yo primero y que se las arreglen los demás”. Nada que ver.
Amarnos a nosotras mismas es reconocer nuestro valor, incluso con nuestras arrugas, nuestras historias pasadas, nuestros días de bajón y nuestros errores. Es permitirnos ser humanas, con luces y sombras, y aún así tratarnos con respeto. Es dejar de compararnos con otras mujeres, y escucharnos con honestidad y cariño. Es decir « sí » solo cuando queremos decir « sí », y atrevernos a decir “no” sin culpa.
Y aquí viene lo interesante: cuando nos tratamos con ese tipo de amor, todo cambia. Incluidas nuestras relaciones. Porque ya no necesitamos que otro nos “complete”, no buscamos desde la carencia, sino desde la plenitud. Nos vinculamos de igual a igual, no desde la necesidad. Y eso, amigas, es empoderamiento con mayúsculas.
Historias que inspiran: tres mujeres, tres formas de amarse
Quiero compartirte tres historias reales –con nombres cambiados, por respeto– de mujeres que conocí gracias a este blog o en talleres que he dado sobre relaciones en la madurez. Son mujeres como tú y como yo, que un día decidieron dejar de castigarse y empezar a quererse. Lo que vino después fue casi mágico.
- Lucía, 53 años: Después de un divorcio difícil y 20 años dedicada a su familia, Lucía se encontró con una casa vacía y un espejo al que no sabía cómo mirar. Se sintió perdida. Hasta que, un día, se regaló algo tan sencillo como una clase de yoga. Y luego una salida con amigas. Y luego un viaje sola. Redescubrió el placer de estar con ella misma. Hoy está en pareja, sí, pero dice que su relación más importante es la que tiene consigo.
- Carmen, 60 años: Siempre sintió que su cuerpo no era “suficiente”. Muy delgada cuando era joven, luego con curvas que no se perdonaba. Vivió su sexualidad a medias, reprimida. Hasta que un día, mirando una foto vieja, se dijo: “¿Cuántos años más voy a seguir sintiéndome mal por cómo me veo?”. Empezó terapia, exploró su sensualidad, aprendió a masturbarse sin culpa. Hoy afirma que su placer no depende de un otro. Y eso, según ella, vale oro.
- Elena, 48 años: Nunca había estado sola. Pareja tras pareja, sin pausa. Tenía miedo al silencio, a la soledad. Hasta que una ruptura la dejó con (cito literalmente) “el corazón en carne viva”. Y ahí se dio cuenta: estaba huyendo de sí misma. Se tomó un año de “soltería consciente” y escribió un diario sobre lo que descubría de ella. Aprendió a perdonarse por lo vivido. Hoy dice que ama más, pero necesita menos. Y eso la hace libre.
El amor propio también se entrena: pequeñas prácticas cotidianas
Mucho se habla de quererse, pero ¿cómo se hace en la práctica? Porque no basta con repetir mantras frente al espejo –aunque tampoco están mal–. El amor propio se construye día a día con hábitos concretos. Aquí te dejo algunos que yo misma aplico o que han sido clave para muchas mujeres con las que he hablado:
- Decirse la verdad sin crueldad: Reconocer lo que sentimos, aunque no sea “bonito”. Estar triste no nos hace débiles. Sentir celos no nos hace malas personas. Se trata de observarse y acompañarse con amabilidad.
- Hacerse promesas (y cumplirlas): Si me digo que voy a caminar tres veces por semana, no es solo por salud física: es un acto de coherencia conmigo. Cumplir lo que nos prometemos refuerza la autoestima.
- Seleccionar con lupa a quienes nos rodean: A esta edad ya no estamos para relaciones tóxicas, ni con parejas, ni con “amistades” que drenan energía. El amor propio también se muestra en los vínculos que elegimos (y soltamos).
- Celebrarse: ¿Lograste salir de una relación que te hacía mal? ¿Te animaste a explorar tu deseo? ¿Terminaste ese curso que postergabas? ¡Celébralo! Ser tu propia porrista es una forma poderosa de confirmar que importas.
El efecto dominó: cuando te amas, algo en el mundo cambia
Pocas cosas transforman más que ver a una mujer que se quiere a sí misma de forma sana. Esa seguridad calma, ese brillo auténtico que no necesita aprobación ni likes para sentirse viva. No es vanidad, no es orgullo. Es paz.
Y lo más hermoso: ese amor propio se contagia. Las hijas lo perciben. Las amigas lo agradecen. Las parejas lo respetan. El entorno cambia, porque tú cambias. Quizás no todo es perfecto, claro, pero tu lugar en el mundo se siente más firme, más enraizado. ¿Y sabes qué? Desde ahí es más fácil amar a otro. Ya no desde la carencia o el miedo, sino desde una mujer completa.
Si hoy te sientes lejos de ti…
…no pasa nada. Respira. Te aseguro que muchas hemos estado ahí. Y no se trata de transformarte de la noche a la mañana en esa versión ideal de ti misma que todos los gurús prometen. Se trata de abrir la puerta. De escucharte un rato cada día. De tratarnos como trataríamos a una amiga: con paciencia, con cariño, con respeto.
La próxima vez que te mires al espejo, no lo hagas buscando fallos. Mírate como quien descubriera a alguien que vale la pena conocer. Porque sí, a los 40, a los 50, a los 60… estás en la mejor edad para enamorarte. Y empezar por ti es el paso más valiente que puedes dar.
¿Te animas?