Hay una frase que escuché hace años y que se me quedó grabada: « El deseo es como una chimenea; si no le echas leña, el fuego se apaga ». Y cuánta verdad hay en eso. A muchas nos ha pasado: llevamos años con nuestra pareja, compartimos todo —la casa, los hijos, las rutinas— y sin darnos cuenta, el deseo va quedando en pausa, enterrado bajo la lista del supermercado y los turnos para ir al médico.
Pero atención: que el deseo se enfríe no significa que haya muerto. A veces, solo necesita un empujoncito… o un soplo de aire fresco. En este artículo quiero hablarte con claridad (como siempre): sí, es posible reavivar el fuego del deseo con tu pareja, aunque llevéis años juntos. No es magia, pero sí requiere intención, complicidad y un poquito de picardía. ¿Te animas?
El deseo no se pierde, se transforma (y a veces, se esconde)
Después de cierta edad —pongamos los 40 o más—, el amor y el deseo maduran con nosotras. Ya no sentimos mariposas en el estómago como a los 20, pero ganamos en confianza, en seguridad y en disfrute consciente. Eso sí: si no cuidamos el terreno de lo erótico, el deseo se esconde detrás de la costumbre.
Muchas mujeres me han escrito diciéndome: “Teresa, lo amo, pero ya no me dan ganas”, o “Siento que somos compañeros de piso, no amantes”. Y yo siempre les llevo al mismo punto: ¿cuándo fue la última vez que os mirasteis con deseo? ¿Cuándo fue la última vez que hicisteis algo nuevo, solo por placer? Porque el deseo no nace automáticamente, hay que invitarlo, provocarlo, seducirlo.
Recuperar la atracción: volver a verse como amantes
Después de años de convivencia, es normal que veamos a nuestra pareja como parte del mobiliario: cómoda, conocida… y también predecible. Pero para que el deseo resurja, es vital volver a mirarnos con otros ojos. Recordar que antes de ser padres, compañeros de hipoteca o socios logísticos, éramos dos personas que se gustaban y se deseaban.
Una amiga, Carmen, me contaba que después de veinte años de pareja, decidió dejar de dormir con el pijama de felpa. Empezó a ponerse camisones bonitos —no por él, sino por ella— y se dio cuenta de que algo cambiaba. “Volvimos a mirarnos como antes”, me dijo entre risas. A veces, pequeños gestos generan grandes cambios.
Romper la rutina intencionadamente
El día a día nos envuelve en movimientos automáticos. Madrugar, trabajar, preparar la cena, sofá, tele, a dormir. Y así un día tras otro. Si queremos reactivar el deseo, hay que romper con esa inercia. No hace falta organizar un viaje a Bali (aunque no sería mala idea), basta con introducir sorpresas en lo cotidiano.
¿Algunas ideas? Aquí van:
- Proponer una “noche prohibida”: apagar móviles, música sugestiva, vino, luces tenues… y ver qué surge.
- Escribirle una nota picante y dejarla en su bolsillo o en su bolso.
- Invitarlo a salir como si fuera la primera cita, vistiéndote para impresionar.
Estas cosas, aunque parezcan simples, sacuden la rutina y despiertan la atención. Y cuando ponemos atención, se activa el deseo.
Hablar de lo que nos gusta (y de lo que no)
La comunicación erótica es uno de los pilares más poderosos en una relación. Pero muchas veces, por vergüenza o por conformismo, dejamos que el sexo siga siendo “como siempre”, aunque ya no nos emocione igual.
Atreverse a decir “me gustaría probar esto”, “me encanta cuando haces aquello”, “esto ya no me excita tanto como antes” puede ser un enorme punto de partida. No como una crítica, sino como una invitación a explorarse juntos.
Una lectora me escribió contándome que después de una charla sincera con su marido, descubrieron que ambos fantaseaban con cosas similares, pero ninguno se había atrevido a decirlo. Empezaron a jugar, literalmente… y su conexión volvió a encenderse.
El cuerpo cambia, pero el deseo evoluciona
Es cierto que el cuerpo cambia con los años. Las hormonas fluctúan, la energía no es la misma, y la libido puede tomarse vacaciones. Pero eso no significa que estemos condenadas a la apatía sexual. Al contrario: comprendiendo estos cambios, podemos adaptarnos y descubrir nuevas formas de placer.
Los encuentros pueden ser más lentos, más sensuales. El foco puede pasar del “acto sexual” al erotismo completo: los masajes, las caricias sin prisa, los juegos de rol, los accesorios… Aquí no hay reglas fijas, sino curiosidad y complicidad.
Darse permiso para desear
Una cosa que muchas de nosotras necesitamos reaprender es a darnos permiso para sentir deseo. Sin culpas, sin vergüenza, sin ese discurso interno de “a mi edad ya no toca”. ¡Por favor!
Yo siempre digo: el deseo no tiene fecha de caducidad. Y si alguna vez lo sentiste, puedes volver a sentirlo. Pero requiere reconectar contigo misma, con tu cuerpo, con tu sensualidad. A veces eso implica bailar sola en casa, comprar ese conjunto que te hace sentir diosa o simplemente acostarte a solas con una vela encendida y decir: “voy a darme placer yo, porque lo valgo”.
El deseo comienza en nosotras, y se contagia.
Salir del “modo madre” o “modo organizadora”
Este punto me parece clave. Muchas mujeres caemos en lo que yo llamo « modo logística »: estamos tan enfocadas en resolver cosas, gestionar tareas, cuidar de todos, que se nos olvida cuidarnos —y desear.
Por eso, si queremos reavivar el deseo con nuestra pareja, hay que reconectar primero con nuestro lado más juguetón, más libre, más sensual. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo solo por placer? No hablo de algo “útil”, sino de algo que simplemente te haga sentir viva. Un baño con espuma, una clase de danza, una lectura erótica… da igual lo que sea, si te conecta contigo.
Cuando te sientes más tú, es más fácil conectar con el otro desde un lugar auténtico. No desde el deber, sino desde el querer.
Recuperar el contacto físico cotidiano
El deseo no siempre nace de una noche ardiente improvisada. A veces empieza por tocarse en lo cotidiano: acariciar al pasar, abrazarse más fuerte, mirarse mientras se toma el café. El cuerpo recuerda, y ese recuerdo se activa con pequeños gestos.
Personalmente, empecé a abrazar más seguido a mi pareja sin motivo. Al principio parecía tonto. Pero al cabo de unos días, los abrazos se hicieron más largos… y más significativos. Esos momentos abren espacio para la intimidad. Y donde hay intimidad, el deseo no tarda en volver a asomar la cabeza.
Tiempo y disposición: el deseo necesita espacio
Otra verdad que aprendí por las malas: si no haces tiempo para el placer, el placer se apaga. Me di cuenta que estábamos tan ocupados que nuestros encuentros eran casi programados (y no en el buen sentido). Fue ahí que decidimos —sí, lo hablamos— tener una “cita semanal”. Al principio sonaba forzado, pero poco a poco, se volvió un ritual deseado.
Crear espacios especiales, aunque parezcan “planeados”, puede hacer maravillas. Nadie dice que tiene que ser espontáneo para ser excitante. Lo importante es la intención de conectar.
¿Y si el deseo no regresa?
También hay que decirlo con sinceridad: a veces hacemos todo lo anterior, y el deseo sigue sin aparecer. Tal vez porque algo más profundo necesita atención. Tal vez porque ya no estamos en la misma sintonía. Y eso también es parte de la vida.
Lo importante es no resignarse sin haberlo intentado. Hablarlo, explorar, conocerse de nuevo. Y si al final el deseo no regresa… al menos sabrás que hiciste tu parte. Que no te quedaste con la duda. La madurez nos invita a vivir el amor con conciencia, y a elegir —no solo quedarnos— desde un lugar genuino.
Porque sí, se puede volver a encender el fuego. No será igual que antes, será distinto. Con más historia, más matices, más verdad. Y quizás incluso… mucho mejor.